Si no nos damos cuenta de que produce el miedo, cuando le creemos a los pensamientos negativos, estaremos sufriendo innecesariamente, y el simple hecho de querer que esas ideas se nos vayan de la cabeza, incrementará su poder.
El monstruo imaginario es una imagen tóxica o destructiva
Esa noche no podía conciliar el sueño, por eso me llamó para decirme que tenía miedo. Le pregunté a qué le temía y me dijo que el monstruo estaba en su habitación. Juan, vivía a ese monstruo como a una verdad indubitable.
Fui a su habitación y encendí las luces de su cuarto, donde supuestamente estaba el monstruo. Fue un gran momento para aprovechar la oportunidad de mostrarle que ahí no había ningún monstruo.
Luego de unos minutos y a pesar de haber constatado la no existencia del monstruo, Juan me volvió a llamar porque su monstruo había retornado.
Recuerdo que le dije, que no siempre lo que nuestra imaginación nos dicta es para tomarla en serio y que muchas veces nuestros pensamientos e imágenes pueden producirnos miedos inexistentes o irreales que los tomamos como reales.
Lo que este niño decía, no distaba mucho de los monstruos que creamos los adultos.
Con esto quiero decir, que la imaginación destructiva puede generarnos todo tipo de miedos y la intensidad de los mismos va a estar en directa proporción con la atención y la credibilidad que le otorguemos.
Aprender a abandonar o soltar las ideas tóxicas
Los pensamientos negativos pueden ensañarse con nuestro cuerpo, produciendo todo tipo de enfermedades o dar lugar a preocupaciones, angustias, ansiedades, sentimientos de culpa o cualquier tipo de conflicto.
Al monstruo de la imaginación destructiva le encanta alimentarse del pensamiento tóxico. Por eso, cada vez que pensamos negativamente lo estamos alimentando.
¿Qué pasaría si al monstruo no le diéramos más de comer?
Es muy posible que nuestra vida diera un vuelco de 180 grados. Para no alimentar la imaginación destructiva, es fundamental dejar de lado o abandonar esas ideas o imágenes que nos conducen a un sufrimiento inútil.
Por último, me gustaría recordar las palabras de un gran maestro que pueden ayudarnos mucho: “Hay que renunciar al sufrimiento innecesario”.