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Autoconocimiento Emocional

Historias para reflexionar

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Las historias para reflexionar tienen como propósito dejar un mensaje de enseñanza que nos lleve a darnos cuenta de nuestro mundo interior.

Dentro de nuestro blog, tenemos distintas maneras de hacer llegar un mensaje. En esta ocasión, lo hacemos a través de historias para reflexionar, porque creemos que pueden servir para lograr cambios positivos en nuestra vida.

¿Emociones verdaderas? – Historias para reflexionar

Cuentan que, en China, un hombre ya anciano decidió regresar al lugar donde había nacido y del que salió siendo muy joven. En el camino se unió a un grupo de viajeros que seguían la misma ruta y les explicó su deseo de volver a la tierra que lo vio nacer.

Después de varias monótonas jornadas, aquellos hombres decidieron divertirse a costa del viejo.

-Mira, anciano, estamos llegando a la tierra de tus antepasados, esas montañas que vemos las contemplaron tus ojos cuando eras niño.

El viejo, a pesar de no recordar nada, se sintió dichoso de ver aquellas cumbres. Horas después llegaron a unas casas en ruinas.

-Mira, anciano, seguro que entre estas piedras jugaste en tu infancia.


El viejo, al ver aquel pueblo abandonado, no pudo dejar de emocionarse. Al rato, llegaron a un olvidado cementerio.
-Mira esas tumbas, le dijeron, continuando la broma. Aquí con seguridad están enterrados tus padres, y los padres de tus padres.

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Al oír estas palabras, el anciano no pudo contener la emoción, y estalló en lágrimas.

Arrodillado frente a aquellas tumbas, a aquel viejo le venían a la memoria mil y un recuerdos de su niñez, le inundaban el corazón viejas y añoradas sensaciones, la nostalgia invadía su alma con un caudal de emociones.

Pero viendo aquella escena, los viajeros se compadecieron del anciano y acordaron contarle la verdad.

-Sentimos decirte esto, pero la verdad es que queda aún mucho camino hasta que lleguemos a la patria de tus antepasados.

Decidimos gastarte esta broma sólo por entretenernos. Te rogamos aceptes nuestras disculpas.

El anciano se levantó en silencio, recogió sus cosas y reemprendió el camino. Llegada la noche, y ante el mutismo del viejo, sus compañeros de viaje volvieron a expresarle su pesar por la broma.

-Apreciado amigo, tu silencio nos produce hondo pesar, volvemos a pedirte perdón por nuestra conducta.

-Mi silencio nada tiene que ver con vuestra conducta que ya he olvidado -contestó el anciano-, se debe a que no he encontrado respuesta a una pregunta que me atormenta:

¿CÓMO ES POSIBLE QUE HAYA EMOCIONES VERDADERAS CUANDO
ÉSTAS PROVIENEN DE HECHOS FALSOS?

«Recopilación del libro 120 mejores cuentos de las tradiciones espirituales de oriente»

Ramiro Calle y Sebastián Vázquez

El río – Historias para reflexionar


Había una vez dos monjes Zen que caminaban por el bosque de regreso al monasterio.

Cuando llegaron al río, una mujer lloraba en cuclillas cerca de la orilla. Era joven y atractiva.

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–¿Qué te sucede? – le preguntó el más anciano.

Mi madre se muere.


–Ella está sola en su casa, del otro lado del río y yo no puedo cruzar. Lo intenté – siguió la joven–, pero la corriente me arrastra y no podré llegar nunca al otro lado sin ayuda…

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Pensé que no la volvería a ver con vida. Pero ahora… ahora que aparecisteis vosotros, alguno de los dos podrá ayudarme a cruzar…

–Ojalá pudiéramos –se lamentó el más joven–. Pero la única manera de ayudarte sería cargarte a través del río y nuestros votos de castidad nos impiden todo contacto con el sexo opuesto. Está prohibido… lo siento

–Yo también lo siento –dijo la mujer y siguió llorando.

El monje más viejo se arrodilló, bajó la cabeza y dijo:

–Sube.


La mujer no podía creerlo, pero con rapidez tomó su atadito con ropa y montó a horcadas sobre el monje.

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Con bastante dificultad el monje cruzó el río, seguido por el otro más joven.

Al llegar al otro lado, la mujer descendió y se acercó en actitud de besar las manos del anciano monje.

–Está bien, está bien –dijo el viejo retirando las manos–, sigue tu camino.

La mujer se inclinó en gratitud y humildad, tomó sus ropas y corrió por el camino al pueblo. Los monjes, sin decir palabra, retomaron la marcha al monasterio….. Faltaban aún diez horas de caminata.

Poco antes de llegar, el joven le dijo al anciano:

–Maestro, vos sabéis mejor que yo de nuestro voto de abstinencia. No obstante, cargaste sobre tus hombros a aquella mujer todo el ancho del río.

–Yo la llevé a través del río, es cierto, ¿pero qué pasa contigo que la cargas todavía sobre tu cabeza?

«El buscador de la verdad»

Idries Shah

El ciempiés cojo – Historias para reflexionar

«El ciempiés era cojo de nacimiento. Su cojera se extendía a veinticuatro patas exactamente. Lo malo es que las veinticuatro patas que faltaban estaban todas situadas en el mismo sitio: por eso andaba rengueando.

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Caminaba muy despacio con las antenas gachas, porque con setenta y seis patas no se puede mantener ese orgulloso aire gallardo y marcial.

Balanceaba su cuerpo de un lado a otro como una embarcación. Además, suspiraba constantemente y se enjugaba el sudor con un fino pétalo de rosa.

Nunca llegaba a tiempo a ningún sitio. Pero podía describir con todo lujo de detalles los difíciles entramados de la red de una telaraña, la marca que dejaba el viento en la hierba durante los días en que el aire jugaba al escondite con los árboles, el trazado irregular del vuelo de la libélula.

Para todo eso hace falta fijarse mucho y, sobre todo, tener tiempo para hacerlo. Y el ciempiés cojo lo tenía.

También le gustaba charlar largo y tendido. En la hora que antecede a la aurora, cuando el cielo está todavía oscuro y la tierra débilmente alumbrada por el último cuarto de la luna, el ciempiés conversaba con la musaraña sobre los temas más diversos.

Unas veces hablaba de las fiestas nocturnas de las madreselvas cuando se
abren fragantes en las primeras horas de la noche; otras, de la aparición de una nueva estrella que chapoteaba risueña en el agua de la charca…

En las tardes veraniegas el ciempiés se quedaba mucho rato en el mismo lugar y se tomaba su tiempo para probar el polen traído por la brisa dorada.

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Nunca tenía prisa por llegar a ningún sitio. Al principio esto motivado por su cojera. Evidentemente no podía competir con los otros ciempiés en velocidad ni participar en las carreras que organizaban entre ellos.

Pero, poco a poco, tener tiempo para detenerse en las cosas pequeñas le fue gustando cada vez más. Se planteaba el llegar, no como una meta de rapidez, sino como un camino de contemplación de los detalles que circundaban su vida en el bosque.»

“Historias de la otra tierra” 

Paloma Orozco Amorós

El mono engreído – Historias para reflexionar

Los hindúes admiran profundamente a Buda a pesar de que su enseñanza se salió de la ortodoxia hinduista. Esta historia, narrada por los maestros hindúes, tiene por protagonistas a Buda y al rey de los monos.

Un día el rey de los monos oyó hablar de Buda, al que consideraban sus seguidores un gran ser.

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“Si es un gran ser -se dijo el mono- yo no puedo dejar de conocerlo. ¿Acaso no soy el rey de los monos? Está bien que a ese gran hombre le admiren, pero él me admirará a mí, porque soy fuerte, intrépido y poderoso”.

El rey de los monos se presentó ante Buda, que acababa de pronunciar un sermón precisamente sobre la compasión y la humildad. La verdad es que el mono era ágil y fuerte, sin embargo, era sumamente arrogante y soberbio.

¿Qué tal estás, amigo? – le saludó el Buda con afecto.

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¿Cómo voy a estar, señor? Miradme. Soy fuerte, valiente, ágil y listo. Soy el rey de los monos.

No podría haber sido de otra forma. Nada me arredra y no hay lugar al que yo no pueda ir.

¿De veras? – preguntó con ironía Buda, sin que la misma fuera captada por el animal.

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¡Y tan de veras! Te lo puedo demostrar ¿Dónde quieres que vaya?

Si te empeñas – repuso Buda -, donde a ti te apetezca ir; aunque quizá deberías saber que el mejor sitio está dentro de uno.

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El mono le miró sorprendido. La verdad es que no era aquél un hombre corriente. Dijo con evidente prepotencia:

Veloz como un rayo, con el ánimo diligente y recurriendo a todo mi poder, que es mucho, voy a viajar hasta el fin del mundo y luego volveré hasta ti.

Si es lo que quieres… Te lo demostraré, gran ser.

El mono dio un impresionante salto y partió veloz. Corrió con toda la energía de sus resistentes patas. Cruzó valles, dunas, desiertos, montañas, junglas, desfiladeros, cañones, ríos, mares, cordilleras.

Fueron días y días de una galopante carrera, hasta que al final llegó a un lugar en el que divisó cinco inmensas columnas y más allá, el vacío absoluto. “No hay duda – se dijo -, éste es el fin del mundo”.

Luego regresó corriendo hacia el punto de partida. De nuevo atravesó velozmente, a lo largo de días, mares y ríos, cordilleras y valles, desiertos, dunas y desfiladeros. Llegó por fin donde estaba Buda.

Jadeante, el mono dijo:

¿Te das cuenta, señor? He llegado al fin del mundo. Soy el más poderoso, el más ágil, el más resistente, el mejor entre los mejores.

Los ojos despejados de Buda se clavaron en los del petulante rey de los monos. Buda dijo:

Por favor, amigo, mira a tu alrededor.

El mono miró a su alrededor. ¡Por todos los dioses! Estaba en la palma de la mano de Buda y comprendió que nunca había salido de la misma.


“Cuentos espirituales de la India”

Ramiro Calle

El portero del prostíbulo – Historias para reflexionar

«No había en aquel pueblo un oficio peor visto y peor pagado que el de portero del prostíbulo… Pero ¿qué otra cosa podía hacer aquel hombre?

De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad ni oficio. En realidad, era su puesto porque su padre había sido el portero de ese prostíbulo antes que él, y antes que él, el padre de su padre.

Durante décadas, el prostíbulo había pasado de padres a hijos y la portería también. Un día, el viejo propietario murió y un joven con inquietudes, creativo y emprendedor, se hizo cargo del prostíbulo. El joven decidió modernizar el negocio.

Modificó las habitaciones y después citó al personal para darles nuevas instrucciones. Al portero le dijo: “A partir de hoy, usted, además de estar en la puerta, me va a preparar un informe semanal. Allí anotará la cantidad de parejas que entran cada día.

A una de cada cinco, le preguntará cómo fueron atendidas y qué corregirían del lugar.

Y una vez por semana, me presentará ese informe con los comentarios que usted crea convenientes”.

El hombre tembló. Nunca le había faltado predisposición para trabajar, pero…

— Me encantaría satisfacerle, señor — balbuceó—, pero yo… no sé leer ni escribir.

—¡Ah! ¡Cuánto lo siento! Como usted comprenderá, yo no puedo pagar a otra persona para que haga esto y tampoco puedo esperar a que usted aprenda a escribir, por lo tanto…

—Pero, señor, usted no me puede despedir. He trabajado en esto toda mi vida, al igual que mi padre y mi abuelo… No lo dejó terminar.


—Mire, yo lo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Lógicamente le daremos una indemnización, es decir, una cantidad de dinero para que pueda subsistir hasta que encuentre otro trabajo. Así que lo siento. Que tenga suerte.


Y, sin más, dio media vuelta y se fue.

El hombre sintió que el mundo se derrumbaba. Nunca había pensado que podría llegar a encontrarse en esa situación. Llegó a su casa, desocupado por primera vez en su vida. ¿Qué podía hacer?

Entonces recordó que a veces, en el prostíbulo, cuando se rompía una cama o se estropeaba la pata de un armario, se las ingeniaba para hacer un arreglo sencillo y provisional con un martillo y unos clavos.

Pensó que esta podía ser una ocupación transitoria hasta que alguien le ofreciera un empleo.

Buscó por toda la casa las herramientas que necesitaba, y solo encontró unos clavos oxidados y una tenaza mellada. Tenía que comprar una caja de herramientas completa y, para eso, usaría una parte del dinero que había recibido.

En la esquina de su casa se enteró de que en su pueblo no había ninguna ferretería, y que tendría que viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la compra. “¿Qué más da?”, —pensó. Y emprendió la marcha.

A su regreso, llevaba una hermosa y completa caja de herramientas. No había terminado de quitarse las botas cuando llamaron a la puerta de su casa; era su vecino.

—Venía a preguntarle si no tendría un martillo que prestarme.

—Mire, sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar… Como me he quedado sin empleo… —Bueno, pero yo se lo devolvería mañana muy temprano.

—Está bien.

A la mañana siguiente, tal como había prometido, el vecino llamó a su puerta.

—Mire, todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende?

—No, yo lo necesito para trabajar y, además, la ferretería está a dos días de mula.

—Hagamos un trato —dijo el vecino—. Yo le pagaré a usted los dos días de ida y los dos de vuelta, más el precio del martillo. Total, usted está sin trabajo. ¿Qué le parece?

Realmente, esto le daba trabajo durante cuatro días… Aceptó.

A su regreso, otro vecino lo esperaba a la puerta de su casa.

—Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo?

—Sí…

—Yo necesito unas herramientas. Estoy dispuesto a pagarle sus cuatro días de viaje y una pequeña ganancia por cada una de ellas. Ya sabe: no todos disponemos de cuatro días para hacer nuestras compras.

El ex portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un
destornillador, un martillo y un cincel. Le pagó y se fue.

“…No todos disponemos de cuatro días para hacer nuestras compras”, recordaba.

Si esto era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara para traer herramientas.

En el siguiente viaje decidió que arriesgaría algo del dinero de la indemnización trayendo más herramientas de las que había vendido. De paso, podría ahorrar tiempo en viajes.

Empezó a correrse la voz por el barrio y muchos vecinos decidieron dejar de viajar para hacer sus compras.

Una vez por semana, el ahora vendedor de herramientas viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes. Pronto se dio cuenta de que si encontraba un lugar donde almacenar las herramientas, podía ahorrar más viajes y ganar más dinero. Así que alquiló un local.

Después amplió la entrada del almacén y unas semanas más tarde añadió un escaparate, de manera que el local se transformó en la primera ferretería del pueblo.

Todos estaban contentos y compraban en su tienda. Ya no tenía que viajar, porque la ferretería del pueblo vecino le enviaba sus pedidos: era un buen cliente.

Con el tiempo, todos los compradores de pueblos pequeños más alejados prefirieron comprar en su ferretería y ahorrar dos días de viaje.

Un día, se le ocurrió que su amigo, el tornero, podía fabricar para él las cabezas de los martillos. Y después… ¿Por qué no? También las tenazas, las pinzas y los cinceles.

Después vinieron los clavos y los tornillos…

Para no alargar demasiado el cuento, te diré que en diez años aquel hombre se convirtió en un millonario fabricante de herramientas, a base de honestidad y trabajo.

Y acabó siendo el empresario más poderoso de la región.

Tan poderoso era que, un día, con motivo del inicio del año escolar, decidió donar a su pueblo una escuela. Además de leer y escribir, allí se enseñarían las artes y los oficios más prácticos de la época.

El intendente y el alcalde organizaron una gran fiesta de inauguración de la escuela y una importante cena de homenaje para su fundador.

A los postres, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad y abrazándole le dijo: “Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos que nos conceda el honor de poner su firma en la primera página del libro de honor de la escuela”.

—El honor sería para mí —dijo el hombre—. Creo que nada me gustaría más que firmar allí, pero no sé leer ni escribir. Soy analfabeto.

—¿Usted? —dijo el intendente, que no alcanzaba de creerlo— ¿Usted no sabe leer ni escribir? ¿Usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir? Estoy asombrado. Me pregunto qué hubiera hecho si hubiera sabido leer y escribir.

—Yo se lo puedo contestar —respondió el hombre con calma. —Si yo hubiera sabido leer y escribir… ¡sería el portero del prostíbulo!»

Generalmente los cambios son vistos como adversidades, pero estas, a veces, encierran bendiciones. Las crisis están llenas de oportunidades. Cambiar puede ser tu mejor opción.

Versión de Jorge Bucay recogida de su libro “Déjame que te cuente”.

La paradoja de la vida – Historias para reflexionar


DICEN QUE DIOS CREÓ AL BURRO Y LE DIJO:

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-«Serás burro, trabajarás de sol a sol, cargarás sobre tu lomo todo lo que te pongan y vivirás 35 años».
El burro contestó: Señor, seré todo lo que me pides, pero… 30 años es mucho, ¿por qué no mejor 10 años?.
Y Dios creó al burro.


DESPUES DIOS CREÓ AL PERRO Y LE DIJO:

-«Serás perro, cuidarás la casa de los hombres, comerás lo que te den y vivirás 25 años».
El perro contestó: -Señor, seré todo lo que me pides, pero… 25 años es mucho, ¿por qué no mejor 10 años?.
Y Dios creó al perro


LUEGO DIOS CREÓ AL MONO Y LE DIJO:

historias para reflexionar

-«Serás mono, saltarás de árbol en árbol, harás payasadas para divertir a los demás y vivirás 15 años».
El mono le contestó: -«Señor, seré todo lo que me pides, pero… 15 años es mucho, ¿por qué no mejor 5 años?.
Y Dios creó al mono.


FINALMENTE, DIOS CREÓ AL HOMBRE Y LE DIJO:
-«Serás el más inteligente de la tierra, dominarás el mundo y vivirás 30 años».
El hombre le contestó: -«Señor, seré todo lo que me pides, pero… 30 años es poco. ¿Por qué no me das también los 20 años que no quiso el burro, los 15 que no aceptó el perro y los 10 que rechazó el mono?.
Y Dios creó al hombre.


Y HE AQUÍ LA PARADOJA:
Así es que el hombre vive 30 años como hombre, luego se casa y vive 20 años como burro, trabajando de sol a sol y cargando sobre su espalda el peso de la familia; luego se jubila y vive 15 años como perro, cuidando la casa, comiendo lo que le den y termina viviendo 10 años como mono, saltando de casa en casa de los hijos, y haciendo payasadas para divertir
a los nietos.

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